martes, 6 de octubre de 2009

Lydia Cacho, la censora



El pasado lunes la periodista Lydia Cacho publicó en El Universal una columna en donde censura la temática del reciente libro de Gabriel García Márquez, “Memorias de mis putas tristes” e incrementa su condena ante la posibilidad de que esta obra se convierta en película, tal y como se había hablado en semanas recientes por que en ella se retrataría según sus palabras: “…una apología fílmica de la trata de menores…”.
Además si a esto se agrega que el gobierno del estado de Puebla que encabeza Mario Marín –un personaje recurrente y provechoso para la Cacho-, abrió la posibilidad de apoyar económicamente a este filme –como lo ha hecho ya en anteriores ocasiones con otras producciones-, pues el cuadro le quedó ni mandado hacer a la columnista para lanzarse de nuevo contra el propio gobernador Marín y ya de paso –por que se le cruzó en el camino- también contra el mismísimo García Márquez, por la sola posibilidad de llevar a la pantalla grande esta obra.
Y en el exceso –según mi personal punto de vista-, Lydia compara y equipara la situación final de esta trama literaria, con la historia legal de Surcar Kuri (“¿Por qué Televisa se indignó con las aberraciones de Succar Kuri y Kamel Nacif y ahora pone millones de dólares para filmar una historia muy parecida? ¿Por qué Eva Garza, dueña de FEMSA invierte en una historia que convierte la explotación sexual adolescente en un acto de amor normalizado que ella ha criticado?”, escribe la Cacho).
Debo entender que con esta argumentación, si Lydia Cacho estuviera a cargo de la oficina censora del país, también incluiría en esta condena libros como “Lolita” de Vladmimir Nabokov o “Muerte en Venecia” de Thomas Mann (que por cierto las dos con el tiempo se convirtieron en magníficas y memorables películas). En ambas tramas se gira en torno al enamoramiento de adultos mayores de jóvenes adolescentes. Ambas son consideradas por cierto, ¡obras maestras de la literatura del siglo XX!.
¿Pero será cierto que el hecho de retratar situaciones humanas -por muy crueles, inhumanas y deleznables que sean-, el arte (literario, fílmico, plástico, escénico, etcétera) se puede convertir en un apologista de ellas?
Así las cosas, entonces a Truman Capote y su famosa, “A sangre fría”, se le debe endosar el incremento de la crueldad de los crímenes seriales de los años sesenta para acá, en los Estados Unidos.
Y a William Burroughs se le debe culpar por la gran cantidad de adictos que hay en el mismo país, ya que su “Almuerzo Desnudo”, es sin duda una apología de la drogadicción y el exceso de enervantes, una glorificación del “yonqui” gringo, en pocas palabras.
Sólo esperemos que esta idea censora no se le pegue a los cristianos bíblicos tradicionalistas, porque ellos cuando lean la visión humanizada y corpórea que José Saramago, hace de Jesús de Nazareth y de María Magdalena en “El evangelio según Jesucristo”, van a anatemizar al autor portugués y lo van a culpar de la expansión del arte blasfemo y de la irreverencia cada vez más presente en torno a las imágenes sagradas cristianas.
Resumiendo:
No defiendo que se filme “Memorias de mis putas tristes”. De hecho se me hace una obra menor del gran escritor colombiano. Si se trata de llevar al cine algo del Gabo yo escogería otra novela.
(Además una obra maestra literaria no siempre tiene una justa réplica en el cine. Incluso más bien es raro que haya una buena novela que tenga una buena versión en la pantalla grande. Y muchas de las buenas películas vienen de novelas menores, así que en una de esas, ¡hasta es mejor película que libro!).
Tampoco creo que los gobiernos de cualquier nivel, deban tener como una de sus misiones el dar dinero para películas. El cine es una industria que debe tener en la ley de la oferta y la demanda, su justa retribución. Es claro que hay otras prioridades y necesidades en una entidad tan rezagada como Puebla.
Sin embargo tampoco creo que tengamos que necesitar “espíritus moralmente superiores”, Ni cancerberas de las “buenas costumbres”, que nos tengan que estar “filtrando” las creaciones artísticas, para que no nos vayamos a pervertir sexual y moralmente.
Y mucho menos necesitamos que la periodista Lydia Cacho siga sacándole jugo mercadotécnico a esos tenebrosos temas.