domingo, 9 de agosto de 2009

Zelaya, visitante incómodo


El depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, fue recibido con todo el protocolo por el gobierno del presidente Felipe Calderón, quien se ha mostrado solidario y hasta acomedido en apoyar al depuesto mandatario en su lucha por regresar al poder en su país.
En su discurso el presidente Calderón ha justificado esta actitud con respecto al conflicto interno en Honduras, en la vocación democrática que debe consolidarse en el continente, en el respeto a las instituciones y al Estado de Derecho.
Y claro está, el llamado a no caer en las tentaciones golpistas de hace tres décadas que tanto daño y sangre le causó al continente.
Sin duda una actitud irreprochable del mandatario mexicano.
Sin embargo si bien es claro que la actitud golpista de las autoridades de facto que hoy gobiernan Honduras, significa una clara traición a los valores democráticos que apenas se quieren consolidar en nuestro continente, también es un hecho que el mandatario Zelaya había entrado semanas antes de su ilegal destitución, en una espiral populista y de tentación autoritaria que también lesionaba de manera grave a las instituciones hondureñas.
Su empecinamiento en hacer un referéndum para promover la reelección, sin respetar la opinión de los otros poderes de la república hondureña y haciendo caso omiso de la negativa para hacer tal ejercicio de parte de su propio partido, lo colocaba en el camino por el que han transitado personajes del tamaño de Hugo Chávez (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua) y en Ecuador, Rafael Correa, que son todo lo “progresistas” que se quiera, pero demócratas, no.
Ya estaba marchando en ese rumbo megalómano, mesiánico y francamente dictatorial que tanto entusiasmo estaba despertando en gobernantes tan “democráticos” como los hermanos Castro de Cuba.
Y esos guiños al populismo los vino a confirmar en su visita a México, donde después de la recepción amistosa y cálida dada por el gobierno mexicano, en un visita que prometía ser corta, pero que terminó siendo de tres días, Manuel Zelaya en un acto público se deshizo en elogios al “presidente legítimo” López Obrador y le remató el panegírico con esta frase: “a veces es mejor sentirse presidente, que serlo…”
No conforme con eso, un día antes había señalado que el golpe en Honduras se resolvería en cinco minutos si Estados Unidos se lo proponía. Le recriminó a Obama su tibieza ante el conflicto en el país centroamericano.
O sea, al odiado imperio yanqui al que le hemos recriminado durante décadas su intromisión en los asuntos internos de los países de América Latina, ahora Zelaya le pide que se meta para resolver de facto el conflicto hondureño.
Si este doble discurso que trajo en su visita a México (lleno de cinismo, de engaños, vacío de diplomacia e ignorante), fue el mismo con el que quería convencer a los ciudadanos hondureños, se entiende –aunque no se justifica- la desesperada actitud de quienes le organizaron el virtual golpe de estado a este dictador en ciernes.
Con todo una vez más, quien salió mal librado de este gris episodio de la diplomacia mexicana, es el presidente Felipe Calderón, quien no sólo se tomó la foto en Nicaragua con Raúl Castro, Ortega, Chávez, el propio Celaya y Correa, sino que fue vocero de una posición conjunta en defensa del gobierno de Zelaya.
Para que ahora en México el depuesto mandatario –sin querer queriendo- le viniera a pagar con flores. Pero flores para AMLO.
Calderón está mal y de malas.
Sólo espero que la diplomacia mexicana asuma con mayores reservas este apoyo a rajatabla que le está regalando a un político centroamericano más cercano al autoritarismo de Hugo Chávez y Fidel Castro, que a una verdadera vocación democrática.

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