sábado, 6 de junio de 2009

Votar por votar


El ya famoso “voto blanco”, está levantando revuelo entre la clase política y por lo que se ve en los blogs periodísticos y en las vertidas opiniones fuentes ciudadanas, está concitando cada vez a más adeptos.

El hecho de que los dirigentes partidistas, militantes y candidatos de todos los partidos de manera unánime se hayan volcado a condenar la anulación del voto, creo yo, ya es un buen síntoma.

Eso quiere decir que la señalada inutilidad del “voto blanco” no es tan cierta. (La declaración de Santiago Creel señalando al voto nulo, como un “suicidio político”, retrata la angustia de los personajes de la política nacional).

Aquellos que señalan que este procedimiento en las urnas es un desconocimiento implícito de todas las instituciones políticas mexicanas (una especie de “mandar al diablo” a todo la arquitectura democrática mexicana) y un virtual llamado a la “refundación” del Estado mexicano (Porfirio Muñoz Ledo dixit), creo yo que se equivocan.

Es la confirmación de la inclinación por una sociedad democrática, un voto de confianza por la urnas, por la participación ciudadana y por el derecho de los votantes a externar de una manera civilizada, pacífica y genuinamente libre, el descontento no con el sistema democrático, sino con los partidos políticos y la “partidocracia” que sufrimos.

Porque no es lo mismo abstenerse, a ir a las urnas y anular el voto. Son dos cosas muy distintas. La primera puede ser signo de abulia e indiferencia. La segundo lo es de hartazgo o por lo menos decepción.

Apuntar que no creer en ningún partido y sus candidatos, es “mandar al diablo” a las instituciones es otro gesto de la “partidocracia”. Los partidos son personajes centralmente importantes para una democracia representativa como la que queremos construir en nuestro país, pero no los únicos ni los más importantes.

El protagonismo está en el voto ciudadano. En la capacidad de los votantes en expresar su opinión no sólo vía el voto libre y secreto (que es sin duda central), sino también a través de la libertad de expresión, de prensa, de pensamiento y de la necesaria interacción con sus funcionarios públicos.

Piden los políticos a los que van a anular su voto, que mejor propongan y participen. Creel convocó preocupado:

“…a organizaciones o líderes de opinión que están promoviendo la idea del voto en blanco, a que expresen en qué no están de acuerdo con el sistema político...”

Pero tenemos una legislación electoral que no permite candidaturas independientes, que impide la participación de la opinión ciudadana a través de los medios masivos, que castiga las “campañas negativas”, que obliga que cualquier ciudadano pueda ser partícipe con peso en el debate político sólo a través de los partidos, que lanza campañas en las que no hay lugar a propuestas concretas y reales, sino más bien para estridencias, denuestos y descalificaciones.

Al final será hasta el 6 de julio cuando se den a conocer las cifras de la participación ciudadana en las urnas, cuando se sepan los porcentajes de abstención y del voto nulo, cuando se aprecie la dimensión justa del fenómeno que el “voto blanco” está provocando en la democracia mexicana.

Una cosa si es un hecho: se trata de un fenómeno inédito en México y apenas con antecedentes en las democracias del mundo (en Argentina parece que a principios de esta década se dio un fenómeno similar). Lo que pueda provocar esperemos sea positivo para generar unos procesos democráticos más confiables y representativos.

El voto nulo no será la panacea que resolverá los rezagos de nuestra democracia. Tampoco creo que de veras haga preocuparse a los partidos políticos, hoy dueños y señores de las elecciones y sus presupuestos.

Pero por lo menos si creo que será una referencia para todos los actores políticos de México, para que se den cuenta del tamaño del descontento ciudadano.

Confieso que yo no voy a anular mi voto. Pero defiendo el derecho que tiene los votantes a hacerlo si así expresan su descontento, y apelo a la obligación de los partidos, de los funcionarios públicos (incluido el presidente de la república y los representantes de los poderes legislativo y judicial) y dirigentes, a atender a este llamado ciudadano.

Un consejero electoral sagaz
“…El IFE está siendo más sumiso que en 2006, ya que además sufre de miopía. No tengo la menor duda de que hay una institución presidencial que esté llevando el mismo discurso que un partido político que está en campaña, como lo es el PAN”, esta sagaz expresión es del consejero electoral Marco Antonio Gómez.
Y agrega que es “… lamentable que el resto del consejo general del IFE, incluido el presidente consejero, no lo ven así, ya que durante el Consejo Nacional de Seguridad Pública, el Ejecutivo utilizó un discurso similar a los mensajes del PAN.”
¿Que extraña idea del juego democrático mexicano es esta de que un consejero electoral se extrañe y denuncie que en un tema central para el país, el discurso del presidente coincida con el de su partido?
¡Yo me extrañaría y me preocuparía si no fuera así!

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